Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero
aquí me tienen, tumbado a un costado del camino esperando que pase un
camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto un tipo
de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren. Pues yo soy uno de
esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto.
Cualquiera de ustedes dirían que solamente al último de los hombres se
le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También eso. Lo
que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda
ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí
mismo se me hubiera ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis
alcances, luchaba con todas mis fuerzas para estar entre los primeros.
Pero no es eso lo que quiero decir, al menos por ahora.
Me preguntaba
sencillamente cuándo empezó. Éste es un hábito que me queda de la otra
vida, es decir, la vida de ustedes porque qué puede importarle a un
verdadero vago cómo y cuándo empezó cualquier cosa. El día que se me
quite esta costumbre habré alcanzado la perfección pero comprenderán
ustedes que no puedo proponérmelo porque, ante todo, un vago no se
propone nada, de manera que lo mejor es dejar así las cosas.
Mezclando
un asunto y otro, lo mismo me pregunté el día que, del brazo de
Margarita, mis manoseos en Parque Lezama, que entonces no tenía esas
malditas luces de mercurio que le alumbran a uno hasta el pensamiento,
me encontré frente a un cura. Tal vez la cosa empezó ahí. No quiero
decir que me tomara desprevenido pero de cualquier forma con el tiempo
pareció que había sido así. Entonces me estaba preguntando cómo y cuándo
fue que empezó aquella vida de perro. No es que hubiese dejado de
querer a Margarita.
Supongo que tampoco ella había dejado de
quererme, a su manera. Pero justamente era esa podrida manera lo que me
tenía desconcertado. Bastara que yo dijera blanco para que ella dijera
negro. De saberlo un poco antes yo también habría dicho negro aunque
estoy seguro de que eso tampoco habría servido para nada porque lo más
probable es que entonces ella hubiese dicho blanco. Así era Margarita y
no le guardo rencor.
Quiero que comprendan esto. No le guardo rencor a
Margarita ni a toda esa puta vida, como se dice vulgarmente y para
abreviar. En ese caso no sería un verdadero vago, si bien tampoco lo soy
del todo, aunque por otro motivo, como queda dicho.
¿Me creerán
ustedes si les digo que, a pesar de todo, conservo muy buenos recuerdos
de aquel tiempo? Yo era feliz, también a mi manera, y si aquello terminó
es porque no podía pasar otra cosa. Quiero decir que mis pies apuntaban
en una dirección y los de ella en otra y la tristeza habría sido seguir
juntos cuando cada uno tenía su camino por delante. En cuanto a ella,
es posible que a estas horas esté maldiciendo al tipo aquel que se le
cruzó un día en el camino, lo cual es muy propio de Margarita. Si dejara
de hacerlo pues simplemente dejaría de ser Margarita. Eso es lo que
trato de decir. Cada uno es una flecha lanzada en una dirección y no hay
como dejarse llevar para acertar en el blanco, cualquiera sea.
Hablando
con estricta justicia más bien fue Margarita la que se me cruzó en mi
camino y no yo en el de ella. Sin embargo, estoy dispuesto a reconocer
que fue una simple coincidencia. Por coincidencia tomábamos el 48 a la
misma hora, por coincidencia bajábamos en la misma esquina y, supongo
que por coincidencia, un día me atravesó una de sus piernas entre las
mías. En fin, otro día la acompañé hasta la casa y por coincidencia
estaba el viejo en la puerta. Cuando quise acordarme estaba adentro
tomando una copita de anís y hablando de la decadencia de las
costumbres, un tema, como se ve, que puede terminar en cualquier cosa.
En aquel tiempo yo era hincha furioso de Estudiantes de La Plata , cosa
que todavía hoy no me explico. Los domingos iba a la cancha con toda la
bosta en el camioncito de los hermanos Antonelli. La bosta fue lo que
dijo Margarita el primer domingo después de casados que traté de ir a la
cancha. Jugaban Estudiantes y Chacarita, lo recuerdo aunque no viene al
caso. Hasta entonces la bosta habían sido "los muchachos",
cariñosamente. Inclusive llegó a tejerme una bufanda con los colores de
Estudiantes. Esto es lo que se dice astucia femenina pero yo digo
simplemente la vida.
Dije adiós a la bosta y me puse a trabajar como
un condenado a trabajos forzados. Soy un tipo optimista por naturaleza,
como ustedes habrán visto, de manera que con el tiempo hasta a eso le
encontré el gusto. Los demás tipos, es decir, la verdadera bosta, gemían
y crujían a mi alrededor. Yo en cambio pateaba alegremente la calle
primero vendiendo seguros de La Agrícola y después caminos, esteras y
carpetas de formio, coco y sisal. Los sábados me la pasaba cambiando los
muebles de lugar, tapando las manchas de humedad y escuchando en todo
momento los reproches y maldiciones de Margarita. Yo no escuchaba las
palabras sino simplemente la voz y por inexplicable que les parezca esto
me ponía más bien contento porque Margarita era algo vivo e intenso que
me obligaba a tirar para adelante cuando los demás hacía tiempo que
estaban muertos.
Los domingos íbamos a comer a lo de los viejos y por
la tarde veíamos la tele hasta que se nos saltaban los ojos. He oído
muchas cosas contra la tele pero yo digo que es el mejor invento de la
bosta. Por de pronto era la única manera de callar a Margarita. Entonces
la sentía más viva e intensa, sólo que en otro sentido. Si no había
manera de entendernos el resto de la semana en aquel momento nuestros
cuerpos se acercaban misteriosamente y éramos una sola y misma cosa
pendientes de aquel agujero en la pared. El agujero que digo era la
tele, como se comprende, y convendrán ustedes en que es una imagen
bastante feliz. De cualquier forma, ésa era la impresión. Bastaba con
girar la perilla y entonces se abría aquel boquete en el mísero
departamento de la calle México, 5 piso "C", al lado del ascensor, que
no funcionaba la mitad de las veces, y el mundo se derramaba alegremente
por allí.
Ahora que lo pienso, tal vez la cosa empezó recién
entonces. Yo me quitaba los zapatos en la penumbra, me aflojaba el
cinturón y al rato estaba en las islas Marquesas, por ejemplo. Como dije
las Marquesas pude haber dicho Hong Kong o Miami o el fondo del mar. En
un par de horas saltaba de un lado a otro e inclusive de un tiempo a
otro. Randall, Peter Gunn, Kentucky Jones, Maverick y hasta Gorila
Maguila me resultaban tan familiares como mi viejo o mi vieja, por así
decir, porque en realidad nunca entendí a mi vieja y apenas si conocí a
mi padre. Hablábamos de ellos con Margarita como si vivieran en la misma
cuadra y algunas veces les hablaba a ellos mismos, como si pudieran
oírme. Opino que son todos unos grandes tipos, los verdaderos grandes
tipos que se necesitan y no esos pelmas que salen en los diarios todos
los días, y sinceramente me felicito de que los domingos se asomaran por
aquel agujero para hacernos ver las cosas tal cual son.
En cuanto a
los avisos, que para muchos resultan la cosa más estúpida del mundo, nos
divertían como locos. No sé qué sentido tiene pretender que nos echen
un discurso con citas de algún gran tipo para vendemos una pasta de
afeitar o un frasco de café instantáneo. Las cosas hay que tomarlas como
son. Eso es lo que siempre he dicho. Para nosotros, en cambio, aquello
fue una verdadera revelación. Yo, por lo menos, aprendí a apreciar las
cosa recién entonces y hoy me parece perfectamente natural que una lata
de tomates le hable a una cacerola a presión y que un reloj con voz de
pito nos avise el momento de tomar tal o cual pastilla para la
digestión.
Quiero decir que las cosas están llenas de vida, o por lo
menos muertas o vivas en la medida que nosotros estamos muertos o vivos,
y que mis zapatos tienen algo que decirme con sólo que les preste un
poco de atención. Que es lo que hago, justamente, cuando no sé para
dónde tirar el primer paso.
A Margarita le gustaba acompañar los
jingles, mientras yo le hacía una especie de contracanto, y por lo que
recuerdo fue la única ocasión en que oí cantar a Margarita. Por lo que a
mí toca, muchas veces pateando la calle con las muestras de aquellas
benditas esteras y carpetas y el mundo que se ponía realmente negro me
bastaba con silbar una de esas musiquitas y el cielo se abría en alguna
parte.
En fin, que todo eso también terminó. Margarita le tomó
fastidio a Mike Hammer que, según ella, en el fondo era un fascista hijo
de puta y a mí que se me dio por defender al tipo como si fuera mi
hermano. Total que un día, mientras volaban los tiros de un lado a otro
detrás del agujero, Margarita le zampó la plancha justo en el medio. El
televisor, es decir, el mundo saltó en mil pedazos y al principio creí
que uno de los tiros me había volado la cabeza. Herido como estaba, tomé
lo primero que encontré a mano, creo que uno de esos ceniceros hechos
con un pistón recortado, y se lo tiré a la cabeza con tan buena puntería
que cayó al suelo como si la hubiera tumbado un rayo. Todavía humeaba
el televisor y ya estaban allí los viejos, el administrador y un cabo de
policía con cara de patíbulo que parecía salido de la propia
televisión.
Cuando volví de la 2a el administrador todavía estaba
allí, o simplemente estaba de nuevo allí. Es un detalle. Lo que me
interesa señalar es que había llegado la hora de que cada uno echara a
andar para su lado, sólo que en ese momento no me di cuenta. De todas
maneras fue lo que pasó. La vida decide por uno las más de las veces y
todo lo que queda por hacer es preguntarse un tiempo después cómo y
cuándo empezó, lo que sea.
Por esos días, y ésta es otra señal,
quebró el tipo de las esteras y quedé en la calle, lo cual es un decir
porque nunca había salido de ella.. Las cosas iban tan mal entonces que
en lugar de amargarme más bien me alegré. Sea lo que fuere que me
reservara la vida nunca iba a ser peor de lo que había sido hasta
entonces. Cuando uno siente deseos de darse la cabeza contra la pared
ése es el momento preciso para las grandes cosas porque uno en realidad
está tan limpio y vacío como si acabara de nacer.
Claro que yo no
pensé en eso. Eché mano de un par de diarios y en una página de los
clasificados topé con el siguiente aviso: "Joven emprendedor con
experiencia comercial para importante negocio". Allí estaba el destino.
Me corté el pelo a la americana, me puse un saco sport con cueritos y al
rato estaba golpeando en la puerta de una oficina en el segundo patio
de una especie de gallinero en la calle Lima y que a primera vista no
tenía el aspecto de un negocio ni de otra cosa importante sino más bien
de una pocilga.
Me atendió un tipo parecido al de "Patrulla de
caminos" que sin mirarme siquiera dijo: "Usted es el hombre!" y se puso a
hablar sobre el futuro, un futuro que no sé muy bien a quién
correspondía, en todo caso a la humanidad en general y como tal
proporcionalmente a mí también. Cualquier otro se habría dado cuenta de
que el tipo estaba medio chiflado, por no decir del todo.
En realidad
eso me pareció a mí también pero en lugar de largarme como hubiera
hecho cualquiera de ustedes en su sano juicio ya que nada bueno podía
salir de allí, en el sentido de la bosta, me quedé escuchando al tipo
tal vez por eso mismo. Quiero decir que esta clase de chiflados son
justamente la sal del mundo sólo que la bosta se da cuenta demasiado
tarde.
El tipo hablaba como un profeta. Nunca he oído hablar a un profeta, por supuesto, pero me figuro que deben hacerlo así.
Según
me pareció se trataba de fundar una sociedad nueva a partir de la venta
de lotes en mensualidades. Digo que me pareció porque, como siempre, yo
más bien le prestaba atención al sonido de la voz y al aspecto general
del fulano. Tal vez las cosas que decía no tuvieran mucho sentido pero
igual era hermoso oírlas porque en medio de toda la roña sencillamente
había un tipo que creía en algo distinto de lo que cree el resto de la
bosta.
Cuando terminó el discurso sacó un plano que extendió sobre el
piso y comenzó a explicarme el aspecto más vulgar del asunto. Se
trataba de unos lotes en San Vicente con el pomposo título de Barrio
Parque " La Esperanza ". Según el tipo aquélla era la tierra del futuro y
estoy seguro de que estaba en lo cierto porque, como decía mi viejo, si
hay algo que tiene futuro es la tierra, cualquiera sea. Solamente se
trata de esperar el tiempo necesario. Lo digo aun de esta tierra en la
que estoy echado y que, por ahora, no es más que polvo y silencio. Día
vendrá. ..
¿Pero para qué hablar del día que vendrá? Es el estilo que me contagió el tipo. Lo arreglaba todo con el día que vendrá.
Cuando
le pregunté cuánto me tocaba en todo eso, no del futuro, se entiende,
sino de lo que pagarían por él me echó otro discurso. Yo lo miré a la
cara y comprendí en el acto que era el destino el que me hablaba a
través de aquel chiflado. De manera que tomé los planos, boletas y
folletos que me dio y salí a patear la calle como si esta vez tirara de
mí una fuerza desconocida y cada paso que diera de ahora en adelante
fuese a abrir un camino entre la gente.
Al domingo siguiente fuimos a
San Vicente en una "bañadera" que cargamos con los candidatos que
habíamos juntado entre Requena y yo. Requena se llamaba el tipo. La
mitad de los candidatos iban porque no tenían nada que hacer y
seguramente habrían ido al mismo culo del mundo con tal de viajar de
arriba. Antes de partir, desde la plaza Congreso, Requena enarboló una
especie de estandarte e improvisó un breve discurso sobre el futuro, el
día que vendrá y todas esas cosas. Los tipos quedaron desconcertados y
uno preguntó si detrás de eso no estaban los comunistas. De cualquier
forma subieron a la "bañadera", Requena colgó el estandarte de un
costado y zarpamos alegremente hacia esa tierra de promisión.
Aquello
era un desierto. Me refiero a los terrenos. Sólo faltaba un par de
camellos y no me hubiera sorprendido que aparecieran en cualquier
momento. La mitad de los tipos ni siquiera quiso bajar a cambiar el
agua. Yo vi tan pronto como los otros que era un verdadero desierto y
que lo seguiría siendo aún por mucho tiempo pero el sur me tiró siempre y
la tierra pelada y vacía me llena de ansiedad, aunque no está bien
dicho ansiedad, ni entusiasmo, ni ninguna otra cosa de las que ustedes
dicen en tales casos.
Es algo distinto. Yo sé que entre ustedes hay
muchos que esperan el día, que quisieran sacudirle un puntapié a la
vieja o al jefe o al primer botón que se les cruce en el camino y por
eso me permito un consejo. No hagan nada de eso. No lo van a hacer de
todas maneras. Vengan y miren la tierra vacía, así como la veo yo ahora,
y tal vez las cosas les dejen de dar vueltas dentro de la cabeza y
echen a andar por su camino.
En ese sentido Requena tenía razón.
Aquélla era la tierra del futuro, por lo menos para mí. De manera que
eché a andar detrás del estandarte sin importarme un pito los tipos que
quedaban en la "bañadera". No tenían ni ojos, ni oídos.
Requena
plantó el estandarte en medio del campo y se puso a hablar. El viento
traía y llevaba su voz y al rato nos pareció que hablaba la misma
tierra. Así era aquel tipo. Yo sé que estaba solo y que en el fondo le
importaba muy poco de nosotros porque sencillamente no necesitaba de
nosotros ni de nadie y veía con claridad dónde ponía los pies. Mientras
hablaba empezamos a ver que brotaban de la tierra casas, torres,
fábricas, negocios, una estación del Roca, un supermercado, dos
escuelas, cuatro edificios en torre y un lago artificial.
Cuando
terminó, los tipos siguieron haciendo cálculos y suposiciones por su
cuenta y al rato había una usina, un cuartel, dos hospitales, un
matadero, un frigorífico, un canal de televisión, un monumento a San
Martín y por lo menos cuatro Bancos.. Vendimos 15 lotes en total. Tres
mil quinientos en la mano y 24 cuotas de mil. En los meses que siguieron
vendimos otros 30 pero llegó el invierno y con las primeras lluvias un
arroyito de esos que nunca faltan se salió de madre y de la noche a la
mañana el desierto se transformó en un lago, casi en un mar interior. La
policía tuvo que sacar en un bote a un tipo que había levantado una
casilla.
De la calle Lima nos mudamos a la calle Piedras. De Piedras a
Bolívar. De Bolívar a Golfarini, que en realidad es una calle que no
existe. Su verdadero nombre es Giuffra pero todo el mundo la conoce por
Golfarini. Para Requena era una cosa u otra según los casos. Golfarini
cuando tenía que cobrar y Giuffra en todos los demás. Les digo, de paso,
que si quieren conocer una calle de la vida vayan alguna vez por ahí.
A
todo esto yo apenas si pisaba el departamento de México. Estaba todo el
día en la calle o en uno de esos desiertos que loteaba Requena,
marcando calles o clavando banderitas o plantando un letrero y
atendiendo al mismo tiempo a los tipos. Era una vida vagabunda. Sólo que
yo no era un vago propiamente dicho sino como un tipo perdido, hasta
que tomara la medida justa de la tierra. Dormía en cualquier parte y
comía salteado. Eso puede desmoralizar a cualquiera, para mí, en cambio,
fue un gran aprendizaje. Uno duerme y come más de la cuenta.
No me
voy a poner en moralista ahora. Precisamente estoy echado sobre la
tierra hace un par de horas sin hacer nada, como no sea pensar en esto
que les digo. Además aunque no estuviera tirado aquí tampoco haría nada.
En el sentido de la bosta, se entiende. De manera que soy el menos
indicado para echarles un sermón, aparte de que me importa un queso.
Pero quiero poner las cosas en su lugar. Hay que dejar que el cuerpo se
maneje solo y no estarle todo el día encima. En ese caso se vuelve un
estorbo y nos planta cuando todavía nos quedan un par de cosas por
hacer. Eso fue lo que aprendí entonces. Cuando menos atención le
prestaba más liviano y alegre se volvía. Es justo el cuerpo que necesita
un vago.
Las pocas veces que aparecía por mi casa (para llamarla de
algún modo) entraba o salía el administrador. Sigue siendo un detalle.
Margarita había dado vuelta el televisor contra la pared y no se habló
más del asunto. En realidad tampoco hablábamos de otra cosa. No parecía
guardarme rencor sino que se mostraba más bien solícita. Tal vez yo
hubiera preferido que me regañara porque así me resultaba casi una
desconocida, pero no tiene importancia. Cenamos una vez en casa del
administrador y otra el tipo cenó en la nuestra. Ambos se interesaron
juiciosamente en mi nueva vida y, supongo que por casualidad, también
ellos hablaron del futuro. A cada rato nos mirábamos y sonreíamos. Dimos
vuelta el asunto de todos lados pero la verdad que no daba para mucho.
Lo
de Requena tenía que terminar tarde o temprano, si es que iba a seguir
mi camino. Fue por la venta de unos lotes en Garín. Trescientos veinte
fabulosos lotes, 2a serie, barrio Los Tilos, sobre ruta pavimentada, 3
cuotas de anticipo y posesión 3 cuotas más. Los tilos brillaban por su
ausencia y la ruta pavimentada era sólo un proyecto del año 34, pero de
cualquier forma los lotes eran muy buenos. En una sola tarde vendimos 54
lotes. Yo mismo compré uno de tan entusiasmado que estaba con lo que
decía. Y eso fue lo que me salvó. Los lotes eran buenos, como dije, pero
resulta que ya habían sido vendidos en un loteo anterior. Cuando cayó
la taquería estaba solo en la oficina y me salvé por un pelo porque,
perdido por perdido, les mostré la boleta y les dije que era uno de los
candidatos.
No sé qué se habrá hecho de Requena pero donde quiera que
esté allá va la vida. Era un gran tipo, a pesar de todo, y estaba vivo
de la cabeza a los pies. Al principio, después que me largué solo, si
alguna vez me sentía descorazonado pensaba en Requena y las cosas
volvían a sonreír. Yo sé que debe estar en alguna parte sobre esta misma
tierra hablando sobre el futuro y el día que vendrá y espero toparme
con él un día de éstos, en la primera vuelta del camino..
Había
llegado mi momento. Con la poca plata que pude arañar en los bolsillos
me compré una bicicleta de paseo. Ustedes se preguntarán qué tiene que
ver en esto una bicicleta. Si quena largarme todo lo que debía hacer era
tomar el primer camino que se me pusiera por delante.
Tienen razón.
Sin embargo todavía estaba lleno de dudas y vacilaciones, es decir, en
el fondo aún tomaba en cuenta a la bosta. De manera que me compré una
bicicleta, como digo, le reforcé el cuadro, le alargué el portaequipaje,
me conseguí un equipo de boyscout, me saqué una foto e hice imprimir un
centenar de hojas en las cuales anunciaba mis propósitos, daba una
serie de detalles sobre la bicicleta, fijaba metas y objetivos,
recomendaba el uso de gomas Pirelli, por lo cual me habían pagado unos
pesos, y terminaba con un par de consejos que saqué de un libro titulado
La mansedumbre de las flores que me había regalado Margarita cuando
andábamos de novios, seguramente para impresionarme.
Cuando estuve listo le anuncié mis proyectos a Margarita para ver la cara que ponía.
Contra
lo que esperaba, le pareció la mejor idea que había tenido en toda mi
vida. Entre ella y el administrador me ayudaron a terminar lo que
faltaba, me proveyeron de vituallas y dinero, me sugirieron rutas
prolongadas y desconocidas y, por fin, una neblinosa mañana de abril me
despidieron junto con un grupito de curiosos que se había reunido en la
vereda. Di una vuelta a la manzana seguido por un par de chicos y cuando
pasé frente a la casa Margarita ya había desaparecido. Levanté una mano
de cualquier forma y dije adiós a aquella vida.
No voy a contarles
los pormenores del viaje pero, en general, la pasé bien y todavía le
estaría dando a los pedales si no fuese que estaba hecho para otra cosa.
Es necesario que entiendan esto. Tengo en un gran concepto a los
andarines, exploradores, raidistas y demás gente por el estilo, pero un
vago es otra cosa. No establezco comparaciones. Son algo distinto,
simplemente. Desde afuera parece todo lo contrario. Por eso comencé yo
en esa forma, porque veía las cosas desde afuera.
Por un tiempo me
encontré a gusto con aquella vida. La gente me trataba bien. No me
tomaba muy en serio pero estoy seguro de que más de uno habría cambiado
su maldita jaula por mi bicicleta Alpina. A ése le digo que todavía está
a tiempo.
Allá iba yo silbando y pedaleando y el mundo tiraba de mí
alegremente. Hasta que un día la verdad me golpeó en la cabeza, así de
rápido y simple. Y fue el día que vi un verdadero vago tumbado al
costado del camino. Estaba echado así como yo en este momento y aunque
seguramente era la única persona que veía en mucho tiempo no se le movió
un pelo cuando pasé junto a él arrastrando una nube de polvo. Sin
embargo me bastó mirarlo a los ojos y comprendí en el acto. Yo iba de un
punto a otro, él sencillamente estaba tumbado en el centro del mundo.
Quiero decir que para mí las cosas se resolvían en distancias, estaban
más o menos lejos y yo más o menos cerca, pero por mucho que me moviera
no iban a cambiar demasiado.
No pretendo que me comprendan, pero con
sólo que hagan un esfuerzo sabrán lo que digo. Algunos, por supuesto.
Los que todavía están vivos pero con el agua al cuello.
Vendí la
bicicleta en el primer pueblo que me salió al paso y volví al camino
nada más que con lo que tenía puesto. Desde ahí arranca mi verdadera
historia porque en cierta forma acababa de nacer. No les voy a contar
esa historia porque sólo tiene sentido para un vago.
Veo una nube de polvo en la punta del camino. Debe ser un camión.
Solamente
les digo esto. No tengo nada, de manera que tampoco tengo de qué
preocuparme, lo poco que recuerdo, en los términos de ustedes, lo
recuerdo como si fuera de otro y si miro para adelante pues
sencillamente no espero nada, lo cual es la mejor manera de estar
preparado para lo que sea. Debiera explicar lo que entiendo por estar
preparado porque es un término más bien de ustedes pero no vale la pena y
además el camión está cerca.
Es un camión, efectivamente.
Mi
cuerpo se pone de pie liviano y contento. Es la ventaja que les decía.
Eso me tiene constantemente de buen humor o a lo sumo de un humor
melancólico, lo cual me ayuda a pensar en todas estas cosas que me
enseña el camino.. Estoy limpio y vacío en medio de él, de manera que
siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento, excepto otro
vago.
El tipo me debe haber visto y tal vez se alegre porque viene
solo. Extiendo mi admiración por los raidistas a los camioneros también.
Por lo menos cuando están en el camino se parecen más a nosotros que a
ustedes. Lo digo sin rencor.
No sé a dónde me llevará ese camión ni
qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana no
existe para mí y creo que por eso me siento vivo.
Levanto la mano y el camión se detiene.
Hace
un rato era una mancha borrosa al extremo del camino. Sé que en este
punto mi vida se cruza con la del tipo que trae encima y que a partir de
ahora me nace otra vida, por así decir. Sé también que como estoy
limpio y vacío le sacaré todo el gusto posible.
Así una vez y otra vez.
El tipo abre la puerta y agita una mano.
¡Allá voy, donde sea!