—Te tenía al alcance de la mano, me acerqué un paso y abrí el pecho. El agujero negro que tengo ahí te devoró completa, junto con algunas hojas secas que estaban caídas y un gato blanco que tomaba el sol sin mayores preocupaciones. Pronto ya no estabas, te habías metido entre mis costillas y un músculo tembloroso. En el vacío enorme que ahí tengo flotabas ingrávidamente. Cerrando los ojos y tapándome los oídos podía sentirte, escuchar algún pequeño grito sonando y su correspondiente eco.
—Pero los gritos en el vacío no pueden sonar.
—Entonces fue un sueño.