Viajar parado en el colectivo es una oportunidad para entregarse a la observación de las personas. Esto es lo más memorable del viaje de hoy.
Un hombre joven, leyendo un libro. Estiré el cuello muchas veces y descubrí que leía a Bukowski.
Una chica de manos blancas con dedos larguísimos. La creí sordomuda al principio. El aire era cortado en pedazos por sus manos y no volvía a ser el mismo después de cada movimiento veloz. Después la oí hablar. Era sólo una de ésas que mueven las manos al hablar.
El colectivo iba tan lleno que en un momento tuve los pechos de una mujer apoyados contra mi espalda.
En una esquina cerca de una iglesia evangélica, las putas se paran a esperar que alguien las suba a su auto. Hoy sólo había una rubia en la esquina.
Una nena de unos siete años intentaba sujetarse de un respaldo. Para ayudarla a sujetarse, su padre le cubría las manos pequeñitas con una sola mano, enorme, blanca, erosionada por el trabajo (estas manos son las más admirables)
Otra chica, con tatuajes en el cuello y un hombro descubierto. Esa manera de mostrar un poco más sin mostrar todo siempre me fascinó. Otros han escrito mejor sobre ese tema.
Por último una muchacha que escuchaba música con los ojos llorosos y se pasaba un dedo por los labios.
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